Lema


Si tú menosprecias la pintura, sola imitadora de todas las obras visibles de la naturaleza, de cierto que desprecias una sutil invención que, con filosofía y sutil especulación, considera las cualidades todas de las formas: Mares, parajes, plantas, animales, árboles, y flores que de sombra y luz se ciñen. Esta es sin duda, ciencia y legitima hija de la naturaleza, que la parió, o por decirlo de buen ley, su nieta, pues todas las cosas visibles han sido paridas por la naturaleza y de ella nació la pintura. Con que habremos de llamarla cabalmente nieta de la naturaleza y tenerla entre divina parentela.


Quien reprueba la pintura, la naturaleza reprueba, porque las obras del pintor representan las obras de esa misma naturaleza y, por ello, tal censor carece de sentimientos.

LEONARDO DA VINCI Tratado de Pintura.

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miércoles, 10 de agosto de 2011

Diego Rivera

Su hambre insaciable, su polémica ininterrumpida, su vitalidad, su pasión por las creaciones precolombinas –arquitectura, murales, códices, escultura, cerámica- por la historia, la leyenda, la tradición, sus volcanes de hojarasca arden en su obra – romancero plástico que intentó abarcar todo lo mexicano- con fuego de la quimera de acto intelectual puro. (…)
En él se plantean con premeditación, como en ningún otro, las cuestiones propias de la pintura, las que presentan el nacionalismo y lo nacional y un contenido pintoresco y sociopolítico patente. Sobre estos cimientos se levantan,  hasta por los mismos riesgos que ha de salvar, las razones clave de la obra, con las mejores virtudes y las endebleces más visibles: la grandeza de un tema no constituye por sí la grandeza de la pintura. En el asunto histórico lo que trasciende es la emoción de la pintura, y no la anécdota. No es tópico en los buenos ejemplos, una alegórica recordación externa; tampoco, en lo excepcional, una áptera sumisión a la ideología, descuidando la forma. A veces, olvida los dos cimientos y entonces la pintura, como lo alcanza en otras cuestiones  suyas, se resuelve en pintura. Los rezagos folklóricos, las evocaciones arqueológicas, convencionales o no, y la importancia de una ideología se entremezclan o sepáranse en la obra; mas en lo señero de ella es creación y voluntad de acabar con la enajenación espiritual de nuestro mundo.
Por la índole de parte de la temática, sobre todo por el tratamiento   que da a tal temática, por circunstancias del momento, por su voluntad de forma, la pintura de Diego Rivera ha sido justa e injustamente aquilatada y situada desde el punto de vista nacionalista, social y político: se le ha juzgado elemental y románticamente por la tendencia, más que por la calidad; se le ha juzgado intentando defender con su “impureza” estética el valor de la misma. Error que ha deseado proporcionarle un apoyo, descuidando la magnitud pictórica que hay en ella. (…)

Hay que valorar la obra de Rivera por la libertad y la jerarquía, el estilo y la conciencia nacional universalista. Lo encontraríamos primario (el arte es propaganda) si no nos libramos de tal concepto de “servicio” subrayado por una crítica que se detiene en lo periférico en él y no  en lo esencial, para ocuparnos también de la “estética de su forma”. No es sólo su fe la que vale sino su herejía: la excelencia, más allá de lo que se diría el designio inmediato. Se trata de afirmar su realidad múltiple, sin simplificarlo, sin reducirlo; de hacer la historia serena de lo acontecido; de intentar un deslinde dentro de un orden que desearía singular. El arte está como más allá de la moral, aunque el artista, como hombre, esté bajo su dominio. Una obra en sí, con un punto de vista sólo esteticista, no es moralmente reprobable, pero sería un juicio ineficaz e insultante. Sería como juzgar inmoral o reaccionario a un hexágono. Hay buena o mala pintura. El tema tiene importancia según lo que se hace con él: es decir, lo creado, no la intención. (…)

En la decoración del anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria, Diego Rivera se hallaba seducido por preocupaciones formales de pintura de temas alegóricos, aunque ya resuelto a enfrentarse con el medio. Su inquietud no se encauzaba aún. Poco tiempo antes, pintaba en España a la manera de los contemporáneos españoles. En París se incorporó al cubismo creado por Picasso, Braque y Juan Gris.
El cubismo de Rivera exento del rigor de los fundadores, olvidado de sus principales motivaciones, el color saliéndosele contra su voluntad, irrumpiendo en las disciplinas de tal escuela. Nos dejó unas ochenta obras cubistas, no pocas singulares, que pertenecen a su heterodoxo cubismo mexicano, por decirlo así. Algunos estiman que esta época es de lo mejor de él.  Para mí, alcanzó su estatura al fundirse con su pueblo. Entonces comienza, en forma definitiva, lo mejor suyo. En la obra mural (más de 4000 m²), como en la de caballete, no poco es de calidad: a veces lo descuidamos, ahogándonos en la avalancha de su producción ramplona. Sin embargo, un Rivera siempre es un Rivera: hasta en los ejemplos pobres lucen rastros de su maestría. Y podemos formar un haz con espigas y desatender el resto, sin olvidar la intención general.  Como pintor cubista, Rivera fue bueno, pero un cubista más.


Lo europeo en Rivera le sirvió para decir mejor lo propio.
«Mi retorno a casa me produjo un júbilo estético imposible de describir», escribirá Rivera más tarde sobre su regreso. «Fue como si hubiese vuelto a nacer. (...) Me encontraba en el centro del mundo plástico, donde existían colores y formas en absoluta pureza. En todo veía un obra maestra potencial -en las multitudes, en las fiestas, en los batallones desfilando, en los trabajadores de las fábricas y del campo- en cualquier rostro luminoso, en cualquier niño radiante. (...) El primer boceto que realicé me dejó admirado. ¡Era realmente bueno!

De Europa, en donde vivió quince años, volvió más mexicano, si posible, de lo que se fue y, sobre todo, más pintor. Y su pintura es mexicana sólo cuando es gran pintura. Lo importante es que lo universal se individualice, que lo individual se universalice. Rivera lo consiguió no pocas veces. Su personalidad se impone sobre las influencias que, por otra parte, sólo preocupan a quienes son incapaces de transformarlas. Nuestra cultura milenaria tiene rasgos gentilicios: tradición con estilo a la cual Rivera da una aportación renovadora.
Un artista se vale de no importa qué tema. Hay temas y temas. Las dotes se desarrollan mejor cuando el tema es propio, en verdad, y puede conducirlo a la plenitud. ¿Quién dudaría del profundo sentimiento mexicano de Rivera? ¿De la magnitud de sus logros? Rivera, como Orozco, es un creador de nacionalidad, un definidor de ella.
Si en Rivera, muchas veces, el indio es tema básico y no simple elemento decorativo, no es sólo por nacionalismo o por la Revolución. Es por la evolución del arte en México. Y por esa evolución y Revolución, tal como la pintó Rivera, está desapareciendo. El indio cautivó a Rivera por sus creaciones milenariias, por la delicadeza del arte popular y porque la Revolución buscó reivindicarlo, restituirlo a sí mismo.
Por cualquier  camino que estudiemos las artes visuales en México, llegaremos siempre a Diego Rivera. ¿su significación es mayor que la obra? ¿La obra es su significación? Ambas consideraciones nos iluminan el esplendor de su realidad y nos prueban su admirable situación en plaza central. (Luis Cardoza y Aragón, Pintura contemporánea de México)


Sobre Diego y Frida...

 Ella es una mujer frágil pero tenaz, rebelde, pintora iconoclasta; él, que la dobla en edad, es un terrorífico coloso con reputación de devorador de mujeres, comunista y ateo, que pinta frescos en los que incita a tomar los machetes y los fusiles para derrocar la trinidad demoníaca de México: la burguesía, el clero, la clase política... Diego y Frida cuenta la tormentosa y apasionada historia de una pareja fuera de lo común. El primer choque de miradas, el dolor y la soledad de Frida, acosada por la enfermedad y la desgracia, la fe en la revolución, el encuentro con Trotski y Breton, la aventura americana, el papel de ambos en la renovación del mundo del arte... Diego es para Frida el niño todopoderoso que su vientre nunca podrá albergar; Frida es para Diego la mujer tocada de la magia amerindia. Hoy, las imágenes que nos han dejado —imágenes de amor, de búsqueda de la verdad, en las que la sensualidad se mezcla siempre con el sufrimiento — siguen siendo necesarias y tan intensas como entonces.
(Sinopsis de Diego y Frida por Jean-Marie Gustave Le Clezio. )


Aquí le dejo la biografía de Diego Rivera por  Andrea Kettenman






































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...y el folletico del Museo Rivera.




































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