
En él se plantean con premeditación, como en ningún otro, las cuestiones propias de la pintura, las que presentan el nacionalismo y lo nacional y un contenido pintoresco y sociopolítico patente. Sobre estos cimientos se levantan, hasta por los mismos riesgos que ha de salvar, las razones clave de la obra, con las mejores virtudes y las endebleces más visibles: la grandeza de un tema no constituye por sí la grandeza de la pintura. En el asunto histórico lo que trasciende es la emoción de la pintura, y no la anécdota. No es tópico en los buenos ejemplos, una alegórica recordación externa; tampoco, en lo excepcional, una áptera sumisión a la ideología, descuidando la forma. A veces, olvida los dos cimientos y entonces la pintura, como lo alcanza en otras cuestiones suyas, se resuelve en pintura. Los rezagos folklóricos, las evocaciones arqueológicas, convencionales o no, y la importancia de una ideología se entremezclan o sepáranse en la obra; mas en lo señero de ella es creación y voluntad de acabar con la enajenación espiritual de nuestro mundo.
Por la índole de parte de la temática, sobre todo por el tratamiento que da a tal temática, por circunstancias del momento, por su voluntad de forma, la pintura de Diego Rivera ha sido justa e injustamente aquilatada y situada desde el punto de vista nacionalista, social y político: se le ha juzgado elemental y románticamente por la tendencia, más que por la calidad; se le ha juzgado intentando defender con su “impureza” estética el valor de la misma. Error que ha deseado proporcionarle un apoyo, descuidando la magnitud pictórica que hay en ella. (…)
Hay que valorar la obra de Rivera por la libertad y la jerarquía, el estilo y la conciencia nacional universalista. Lo encontraríamos primario (el arte es propaganda) si no nos libramos de tal concepto de “servicio” subrayado por una crítica que se detiene en lo periférico en él y no en lo esencial, para ocuparnos también de la “estética de su forma”. No es sólo su fe la que vale sino su herejía: la excelencia, más allá de lo que se diría el designio inmediato. Se trata de afirmar su realidad múltiple, sin simplificarlo, sin reducirlo; de hacer la historia serena de lo acontecido; de intentar un deslinde dentro de un orden que desearía singular. El arte está como más allá de la moral, aunque el artista, como hombre, esté bajo su dominio. Una obra en sí, con un punto de vista sólo esteticista, no es moralmente reprobable, pero sería un juicio ineficaz e insultante. Sería como juzgar inmoral o reaccionario a un hexágono. Hay buena o mala pintura. El tema tiene importancia según lo que se hace con él: es decir, lo creado, no la intención. (…)

En la decoración del anfiteatro de la Escuela Nacional Preparatoria, Diego Rivera se hallaba seducido por preocupaciones formales de pintura de temas alegóricos, aunque ya resuelto a enfrentarse con el medio. Su inquietud no se encauzaba aún. Poco tiempo antes, pintaba en España a la manera de los contemporáneos españoles. En París se incorporó al cubismo creado por Picasso, Braque y Juan Gris.

Lo europeo en Rivera le sirvió para decir mejor lo propio.
«Mi retorno a casa me produjo un júbilo estético imposible de describir», escribirá Rivera más tarde sobre su regreso. «Fue como si hubiese vuelto a nacer. (...) Me encontraba en el centro del mundo plástico, donde existían colores y formas en absoluta pureza. En todo veía un obra maestra potencial -en las multitudes, en las fiestas, en los batallones desfilando, en los trabajadores de las fábricas y del campo- en cualquier rostro luminoso, en cualquier niño radiante. (...) El primer boceto que realicé me dejó admirado. ¡Era realmente bueno!
Un artista se vale de no importa qué tema. Hay temas y temas. Las dotes se desarrollan mejor cuando el tema es propio, en verdad, y puede conducirlo a la plenitud. ¿Quién dudaría del profundo sentimiento mexicano de Rivera? ¿De la magnitud de sus logros? Rivera, como Orozco, es un creador de nacionalidad, un definidor de ella.
De Europa, en donde vivió quince años, volvió más mexicano, si posible, de lo que se fue y, sobre todo, más pintor. Y su pintura es mexicana sólo cuando es gran pintura. Lo importante es que lo universal se individualice, que lo individual se universalice. Rivera lo consiguió no pocas veces. Su personalidad se impone sobre las influencias que, por otra parte, sólo preocupan a quienes son incapaces de transformarlas. Nuestra cultura milenaria tiene rasgos gentilicios: tradición con estilo a la cual Rivera da una aportación renovadora.

Por cualquier camino que estudiemos las artes visuales en México, llegaremos siempre a Diego Rivera. ¿su significación es mayor que la obra? ¿La obra es su significación? Ambas consideraciones nos iluminan el esplendor de su realidad y nos prueban su admirable situación en plaza central. (Luis Cardoza y Aragón, Pintura contemporánea de México)
Sobre Diego y Frida...

(Sinopsis de Diego y Frida por Jean-Marie Gustave Le Clezio. )
Aquí le dejo la biografía de Diego Rivera por Andrea Kettenman
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